Desde entonces y paralelamente, algo similar ha estado ocurriendo con el flujo de información en la red. El notable crecimiento de datos en Internet ha resultado tan asombroso como inquietante desde las perspectivas de diferentes disciplinas.

Nuestra vida, cada vez más informatizada, exige la comunicación, el almacenamiento y la gestión de un considerable volumen de datos en formato de video, documentos o imágenes de calidad que ya no solo ocupan una buena parte del ancho de banda de las conexiones sino que; al ser los chips de silicio de menor tamaño y producir mucho más calor, esto repercute en los costes de los sistemas de mantenimiento.
Proyectos como el europeo MODE-GAP, investiga los sistemas de transmisión de datos con el objeto de evitar la saturación de la red (capacity crunch). A finales de 2014, la organización nos sorprendía con un cable de fibra óptica que podría enviar información a 255 TBites por segundo cubriendo una distancia de un kilómetro cuando el formato actual lo hace entre 4 y 8 Tb.
Pese a los avances tecnológicos en vías de solucionar el problema, algunos ingenieros se aventuran a predecir que en 2023 será inevitable la caída si no se hace nada para remediarlo, según se ha interpretado de los resultados discutidos en la Royal Society, sociedad científicas con más de 350 años y con sede en Londres.
Mientras no se decida poner en marcha ideas radicales al respecto, este desenlace será inevitable ha apuntado Andrew Ellis de la Universidad de Birmingham en Reino Unido.

¿Perdería entonces la red la participación horizontal que hasta ahora ha caracterizado su uso y establecería una penetración a los servicios según sea la capacidad de los recursos económicos que correspondan a una persona?
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